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lunes, 23 de marzo de 2009

Sobre el "bebé-medicamento".


Hace unos días salió en la televisión una entrevista realizada al padre de Javier Mariscal Puertas, persona que ha sido bautizada con el calificativo de primer “bebé medicamento” nacido en España. Su historia es sobradamente conocida por todos, pues los medios de comunicación progres se han ocupado de extender la noticia y hacer llegar a los oídos de todos los españoles la positiva valoración que han hecho de la misma. Valoración que, por un lado, ha supuesto una nueva demostración del desprecio que los anti-vida profesan por la Ley natural; y, por otro, una oportunidad para que los enemigos de la Iglesia hayan expresado su conocido rechazo hacia esta sagrada Institución. Y este rechazo, al igual que siempre, ha sido empleado para criticar la existencia entre los pro-vida de una supuesta incultura e inmovilidad en el pasado que son, en realidad, dos características que no poseemos quienes criticamos este acontecimiento, sino que son dos características que encarnan íntegramente quienes nos las atribuyen a nosotros.

Ya el calificativo que se ha dado, no se por parte de qué persona o entidad, a este niño es un concepto totalmente indigno y despreciable: “bebé-medicamento”, es decir, “persona-cosa”; una palabra que une en un solo significado dos realidades tan antagónicas como son estas dos. Un ser humano es un fin en sí mismo, no un objeto, una “medicina” en este caso, o un medio para ser aprovechado por otro hombre. Una cosa es que, como consecuencia lógica e intrínseca del amor que constituye el origen y destino del hombre, una persona se ponga al servicio de otra de forma voluntaria; y otra, que no tiene nada que ver con la anterior, es que a esta persona se le imponga como sentido de su existencia el ser un objeto creado para satisfacer a otra.

No obstante, aunque podría no ser así, la verdad es que aunque se haya atribuido a Javier Mariscal un nombre que le califica como “cosa”, nadie duda de su total humanidad; ya que lo que se ha empleado para actuar como “medicamento” no ha sido su persona, sino solamente el cordón umbilical. Esto no es un problema: la moral católica, basándose en la Ley natural, acepta que las células madre extraídas de los embriones sean empleadas con un fin curativo, pues ello no implica dañar a ningún ser humano y es, al contrario, una manifestación de los grandes logros que puede hacer el hombre cuando utiliza la razón que Dios le ha dado para hacer el bien. No está pues ahí el problema, como han pretendido algunos, sino en la acción que ha precedido a ésta extracción de células en el proceso de fabricación de la “medicina” confeccionada para el hermano de Javier.

Es decir, tal y como acabo de escribir, se ha “fabricado” a la “medicina”, a Javier, de una forma literal; pues lo que han hecho los médicos ha sido clonar a un embrión y después seleccionar, de entre todos los resultantes, a uno de ellos, desechando al resto. Por tanto se ha producido una doble violación de la Ley Natural: por un lado, se ha creado a seres humanos, reproduciéndoles en serie como si fueran objetos; y, por otro, se ha desechado, eufemismo de asesinado, a todos aquellos que no han sido considerado aptos para lograr el fin de este despreciable aquelarre eugenésico. Los médicos, olvidando el juramento hipocrático, han cometido un verdadero asesinato que el Sistema dejará impune.

Pero una de las cosas que más me han llamado la atención de este tema ha sido la respuesta que el padre de Javier ha dado a los medios de comunicación cuando, en la entrevista que citaba al iniciar este artículo, le preguntaban si había tenido algún tipo de remordimiento o cuestionamiento moral por lo que había hecho. Su respuesta, no de una forma literal pero sí en contenido, fue la siguiente: “No, he hecho todo lo posible para salvar a mi hijo y lo he logrado; y a quien no le guste, me da igual, es su problema si tiene unos planteamientos propios del siglo XIX”. Sin ánimo de juzgar a la persona que ha dicho esto, pues eso es competencia exclusiva de Dios, considero necesario sin embargo estudiar esta frase por dos interesantes cuestiones: primero, porque el erróneo significado de su contenido es el que se ha empleado para justificar la clonación humana; y, segundo, porque es un claro ejemplo de que, como he dicho en el primer párrafo de este escrito, los “progres” acostumbrar a demostrar su ausencia de conocimientos cuando quieren presentar a los demás como los poco informados.

Cuando escribo que esta frase se refiere a la justificación que se ha dado al caso del “bebé-medicamento”, me refiero a que se ha intentado demostrar la supuesta bondad del mismo porque, como ha dicho el padre, es el resultado de la desesperación de una familia que, impotente ante la enfermedad de un hijo, a luchado para cambiar el triste destino con el que éste había nacido. Si el objetivo era salvar al niño, ¿qué importa cómo se haya hecho esto? Lo importante es que el fin se ha logrado y todos han resultado felices. Así nos lo plantea el Sistema, y así puede parecernos a primera vista. Pero una reflexión del caso nos lleva a rechazar esta argumentación maquiavélica por el simple hecho de la falacia que supone el contenido filosófico de la misma: el fin no justifica los medios. No se puede salvar una vida asesinando a otras. Por ello, no importa que la intención fuera buena, porque los medios eran ilícitos y porque el resultado ha sido un crimen abominable.

Se nos podrá responder que no había otra salida, y que tal vez nosotros podríamos haber actuado así de estar en la situación de los padres. Y nosotros replicaremos diciendo que sí, que es en parte comprensible; pero que, aún así, no es moralmente aceptable. También puede, en cierto modo, entenderse que un padre mate a dos niños pequeños para quitarles la comida que necesita su hijo y que nadie más puede ofrecerle; o que, no teniendo dinero con el que vestirle, robe sus prendas a otro chico para dárselas al suyo. Pero en ambos casos ocurre lo que el refranero español denomina “hacer pagar a justos por pecadores”. No podemos dejarnos llevar, como dice el filósofo Antonio Medrano, “por la democracia de las pasiones y la anarquía de los humores”, debemos actuar de modo que el único gobierno de nuestro cuerpo sea la “monarquía de la razón”: dejarse llevar por un sentimiento es a veces irracional, como ha ocurrido en esta ocasión, pues la actuación desligada del conocimiento suele desembocar en el mal.

Y, finalmente, esto se relaciona con la segunda parte de la respuesta del padre, que dice que quienes cuestionamos su decisión somos irracionales, retrógrados y estamos anclados en el siglo pasado. Es una afirmación muy típica de los anti-vida, que siempre escuchamos pronunciar a las feministas, pro-abortistas, partidarios de la eutanasia y demás gente por el estilo; pero es todavía más incorrecta y fácilmente refutable que la anterior. Es decir, actualmente la investigación científica está muy desarrollada, tanto que podemos demostrar que, desde el mismo momento en el que se unen un óvulo y un espermatozoide, existe una nueva vida, única e irrepetible, que sólo necesita no ser interrumpida durante su desarrollo para constituir un cuerpo humano adulto. Negar esto es ser un auténtico retrógrado. Contradecir a los científicos diciendo que el embrión es un apéndice de la madre, es un insulto a la ciencia. Eso sí que es estar en el siglo XIX, y no lo demás.

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