Una de las monsergas recurrentes con la que los progres nos vienen dando la tabarra en las últimas décadas es su aversión a la energía nuclear. Abandonadas hace tiempo las banderas del cambio en el orden económico-político, la izquierda enarbola otras nuevas: el feminismo, la ideología de género, el ecologismo, la multiculturalidad...
De todas ellas, la menos repugnante a priori es, sin duda, la ecologista: mientras que el feminismo encubre aberraciones morales como el aborto y la multiculturalidad esconde la negación de nuestra propia cultura y tradición, la defensa del medio ambiente es algo que a todo el mundo, independientemente de su ideología, le parece razonable y necesario.
Parecería lógico que el ecologismo militante apoyase una energía como la nuclear que es, sin duda, la menos contaminante de las existentes. Mientras las centrales térmicas tradicionales expulsan a la atmósfera toneladas de sustancias contaminantes como arsenio, plomo o mercurio, las energías nucleares sólo expulsan vapor de agua. A pesar de esta evidencia, los ecologistas insisten en su oposición terminante a la energía nuclear a base de campañas que pretenden sembrar el terror en la población difundiendo la idea de su peligrosidad. Desde la instalación del primer reactor nuclear en 1955, sólo ha habido un accidente relevante, el de Chernobil, producido por la desidia de la burocracia soviética y su negligencia en el mantenimiento de unas instalaciones obsoletas. Estadísticamente, por tanto, se puede decir que la nuclear es una energía segura.
Otra cosa que se suele ocultar a la población es que la energía nuclear es la más barata que existe. Si se pretende realmente que los países pobres puedan desarrollarse, es imprescindible una fuente de energía de bajo precio. El kilowatio/hora producido por energía nuclear tiene un coste de producción de 0,047 euros, frente a los 0,071 de la energía eólica o a los 0,5 de la solar.
Sin duda, el efecto más pernicioso para nuestra Patria del dogmatismo antinuclear radica en la dependencia energética del exterior. En España, una de las muchas políticas suicidas a que nos lleva el fundamentalismo progre es a tener que pagar una elevadísima factura por la compra de energía a países extranjeros. La anacrónica y falaz "moratoria nuclear" está hipotecando nuestro futuro y esquilmando nuestra economía.
De todas ellas, la menos repugnante a priori es, sin duda, la ecologista: mientras que el feminismo encubre aberraciones morales como el aborto y la multiculturalidad esconde la negación de nuestra propia cultura y tradición, la defensa del medio ambiente es algo que a todo el mundo, independientemente de su ideología, le parece razonable y necesario.
Parecería lógico que el ecologismo militante apoyase una energía como la nuclear que es, sin duda, la menos contaminante de las existentes. Mientras las centrales térmicas tradicionales expulsan a la atmósfera toneladas de sustancias contaminantes como arsenio, plomo o mercurio, las energías nucleares sólo expulsan vapor de agua. A pesar de esta evidencia, los ecologistas insisten en su oposición terminante a la energía nuclear a base de campañas que pretenden sembrar el terror en la población difundiendo la idea de su peligrosidad. Desde la instalación del primer reactor nuclear en 1955, sólo ha habido un accidente relevante, el de Chernobil, producido por la desidia de la burocracia soviética y su negligencia en el mantenimiento de unas instalaciones obsoletas. Estadísticamente, por tanto, se puede decir que la nuclear es una energía segura.
Otra cosa que se suele ocultar a la población es que la energía nuclear es la más barata que existe. Si se pretende realmente que los países pobres puedan desarrollarse, es imprescindible una fuente de energía de bajo precio. El kilowatio/hora producido por energía nuclear tiene un coste de producción de 0,047 euros, frente a los 0,071 de la energía eólica o a los 0,5 de la solar.
Sin duda, el efecto más pernicioso para nuestra Patria del dogmatismo antinuclear radica en la dependencia energética del exterior. En España, una de las muchas políticas suicidas a que nos lleva el fundamentalismo progre es a tener que pagar una elevadísima factura por la compra de energía a países extranjeros. La anacrónica y falaz "moratoria nuclear" está hipotecando nuestro futuro y esquilmando nuestra economía.
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