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miércoles, 3 de junio de 2009

La política de baja intensidad.

Deseo tratar con Uds. aquello que nos afecta directamente como ciudadanos y que no funciona bien: el caos circulatorio, un alcantarillado insuficiente para las lluvias torrenciales y que huele mal en verano, parques periurbanos desatendidos, cortes de agua y luz, el guardia que sanciona infracciones leves o subsanables sin advertencia previa, las zonas azules de aparcamiento en las vías públicas que no minutan el tiempo real del estacionamiento... En definitiva, desaguisados que dan la impresión de que las tasas, cánones, peajes y multas que se pagan por el uso de estos servicios son insuficientes para darles solución.

Así como todos adecuamos nuestro comportamiento al precio de nuestras necesidades más inmediatas, también las políticas públicas tienen un presupuesto al que ajustarse. Da la sensación de que hoy día todo puede arreglarse con dinero y que lo importante entonces es recaudar más para después gastarlo allí donde la demanda social sea acuciante. El dinero como medio de producción paga el precio de una globalización puesta a sus pies, hecha a su medida. Lo mismo cabe exigir para as personas: que las prestaciones públicas estén hechas a su medida. Es cierto que la buena gestión tiene un precio, pero localizar las causas reales que la impiden lo reduciría.

La desorganización cunde y termina en un cúmulo de despropósitos que son cotidianos en nuestra vida y que se han asumido hasta el punto de tener que levantarse más temprano cada vez para evitar los atascos antes de llegar al trabajo o tener que pagar un precio mayor por el servicio público hasta el aeropuerto que el del propio billete de pasaje aéreo.

Desde las autoridades autonómicas y locales el mensaje es claro: previsión para evitar estos problemas, la misma precisamente de la que adolecen los organismos públicos. Igual sucede con los consejos sobre el ahorro de agua, electricidad y gas, mientras se aumentan tasas
y cánones.

Toda esta revolución en el entendimiento de la calidad de vida tendría que ser una prioridad para los gobernantes locales. La baja política debe caracterizarse, desde la proximidad al ciudadano, por la metodología, es decir, la descentralización organizada, integrando a
personas que demuestren estar capacitadas, humana y técnicamente, para obtener el máximo rendimiento de los medios.
Las personas que tanto han aportado al Estado del bienestar tienen derecho a exigir calidad en las prestaciones públicas que perciban. Todo sería otro motivo de organización y de mejora del humus social a través del examen particularizado, del caso concreto de cada persona a la hora de trabajar, jubilarse, viajar, ir al centro de la ciudad, vivir dignamente en definitiva. Aquí está siendo muy destacada la gran labor llevada a cabo por los trabajadores sociales que han sido pioneros en el diagnóstico de necesidades que permitan la atención del caso concreto. Otra discusión abierta versa sobre los medios y si éstos son suficientes.
Nuestros mayores son merecedores de todo respeto, al menos por ser quienes edifican nuestra memoria. Sus quejidos deben ser atendidos de forma individual por un personal voluntario o retribuido, pero cualificado por la constancia, el cariño y su demostrada valía humana. El envejecimiento de la población en los países industrializados, unido a factores sociales de empleo y sanidad, acentuará la demanda de los servicios sociales. En el próximo medio siglo se triplicará el grupo de personas mayores de 80 años, que es el que aumenta más rápido.

El aumento numérico de personas mayores está haciendo más heterogéneo y complejo este colectivo. Junto a las demandas fundamentalmente de carácter asistencial de los más dependientes, cuyo número ha crecido considerablemente, también ha surgido un estrato en edad de prejubilación que está trasladando a los centros de mayores nuevas demandas ligadas a sus necesidades.

Actualmente, en España las iniciativas para paliar la soledad, el aislamiento y la residencia para ancianos son muy incipientes; se hace necesario implantar una auténtica política de comunicación dirigida a ellos, los menos jóvenes. Diferentes estudios han demostrado la
importancia de las relaciones sociales en el bienestar de los ancianos, lo que a su vez tiene importantes efectos en su autoestima. Entre los obstáculos que debe superar una persona en ese período de la vida destaca la jubilación y la pérdida de los seres queridos.

Si tenemos en cuenta que las actuaciones y responsabilidades en la política de atención a las personas mayores corresponden a varios Ministerios, Consejerías de cada una de las Comunidades Autónomas y a los propios Ayuntamientos, la colaboración, la corresponsabilidad y
la coordinación de los diferentes niveles de las Administraciones Públicas es decisiva. Es fundamental resaltar la cohesión social, la colaboración de las asociaciones de las personas mayores, las organizaciones políticas, empresariales, sindicales y ciudadanas, pues la única forma válida de organización social es la que tiene en cuenta la necesidad de cohesión para atender a la resolución de ésta o cualquier otra problemática.














Francisco Fernández Ochoa,
es abogado y politólogo, Presidente del PLIE.

3 comentarios:

  1. Una sociedad "civilizada" que rechaza a sus mayores y los desprecia con unos servicios sociales pésimos.
    Se ha perdido la verdadera importancia de la vejez, cuna de la experiencia acumulada de nuestros mayores, las sociedades mas antiguas lo sabían y estos formaban el llamado consejo de ancianos.
    Saludos.

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  2. El estado y la sociedad tendria que proteguer a nuestro ancianos, porque gracia a ello tenemos el nivel de vida actual, gracia a su trabajo

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