Vivimos en una sociedad absolutamente hipócrita. Mientras, por una parte se legisla contra el consumo de alcohol por los menores, por otra parte se lleva haciendo la vista gorda sobre el tema desde hace veinte años. No vale, como dicen algunos padres defender que nosotros también tomábamos bebidas alcohólicas. Nosotros no pretendíamos alcanzar la borrachera varias veces por semana.
El alcohol se ha convertido en un sustituto de los estudios y la familia. Los amigos también dependen ahora de su disponibilidad para hacer botellón. El que no se presta a ello, se siente discriminado. Esta mentalización no ha sido cosa de dos días. Resulta absurdo y demagógico llevarse ahora las manos a la cabeza, cuando hasta hace poco muchos decían: déjalos que se diviertan, que son jóvenes.
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