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martes, 19 de mayo de 2009

¿Un nuevo modelo productivo?


Reconocida la crisis. Aceptado el hecho de que no se puede culpar de la misma únicamente a la tormenta financiera mundial. Explotado hasta la extenuación el discurso de acusación a los “neocon” del mundo mundial, encabezados por José María Aznar, rescatado para gran agitación del Club de la ceja. La maquinaria de la mercadotecnia monclovita ha encontrado un nuevo filón que explotar: “¡Hay que cambiar el modelo productivo!”. No cabe duda de que este es el nuevo mantra de la progresía patria.

Por supuesto, el trabajo previo ha sido la criminalización del sector inmobiliario, como ya se ha comentado aquí. Un sector, el de la construcción residencial, que nunca, hasta 2007, llegó a representar más del 8 por ciento del PIB español, pero al que se atribuyen, desde todos los colores del arco político español –unos por interés y otros por cobardía-, todos los males de nuestra economía. ¡Qué digo de nuestra economía!. De nuestra sociedad, empachada de ladrillo, embriagada de plusvalías, cubierta de hipotecas.

Como antítesis al “modelo sustentado por un sector absolutamente especulativo”, algunos, después de cinco años en el poder y con cuatro millones de parados a sus espaldas, creen que España tiene que dedicarse a producir tecnología punta, a ser proveedor de energías renovables de toda Europa y a no sé qué más. Y se quedan tan anchos. Para lograrlo le damos un ordenador a cada niño, les ponemos pizarras digitales -¿alguien sabe qué es una “pizarra digital”?, ¿alguien ha visto alguna?, ¿las tienen en Finlandia?- a los profesores y sacamos un plan de 25.000 millones de euros sin especificar exactamente para qué. Por cierto que los niños en segundo de primaria tienen dificultades para conocer los meses del año y los profesores lo más digital que han visto es un casio.

Pero más allá de consideraciones político/electorales, hemos de revisar con ojo analítico el fondo del asunto. Esta maravillosa idea, estimado lector, es el camino hacia el socialismo puro y duro. El socialismo propugna que debe ser el Estado el que determine qué, como y cuánto se debe producir, y esto es lo que nos están proponiendo desde el Gobierno que preside un señor cuya máxima ambición es poner patas arriba España.

Este señor aún no ha entendido que vivimos en una economía de mercado. No diré libre, porque aquí estamos a años luz de atisbar la libertad económica. Un sistema en el que son los empresarios los que determinan en qué invierten. Lo cual se viene decidiendo, porque son los inversores los que ponen el dinero, en función de la rentabilidad de las distintas alternativas. Las energías alternativas pueden ser lo más bonito y romántico del mundo, nos pueden vender que es el futuro, pero si van a generar pérdidas y difícilmente se va a recuperar la inversión, no hay ningún empresario por más visionario, arriesgado o iluminado que sea que ponga un euro en esa industria.

Otra cosa es que el Estado, con tal de “cambiar el modelo productivo” se dedique a dar subvenciones a diestro y siniestro, a todo el que ponga un molino de viento o se ponga a fabricar impresoras con tinta ecológica. En cuyo caso no sé de dónde va a sacar el Gobierno fondos, dado que, nos guste o no tendrán que salir de los sectores que dan dinero de verdad hoy por hoy. En otras palabras, que los denostados constructores y los apaleados hoteleros tendrán que pagar la factura, a no ser que la deuda pública se posponga para que la amorticen nuestros nietos, todos ellos ingenieros medioambientales, técnicos en energía bioquímica y expertos en nanotecnología molecular. Al tiempo.

A todo esto, el modelo basado en la agricultura sigue sobreviviendo a base de subvenciones. Es decir, que subvencionamos el pasado y queremos subvencionar el futuro. A este paso o subvencionamos el presente o cerramos el chiringuito. Por cierto, que el chiringuito casi nos lo cierra la ministra del ramo, esto es, la florista.

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