La sociedad libre española no ha sido consciente de cómo el funcionalismo estructural y su cuestión más importante, que es el modo en que una sociedad motiva y sitúa a las personas en una posición «apropiada» en el sistema de estratificación —con gran éxito y auge en la sociedad norteamericana hasta la década de los 80, momento en que pasó a servir de base al neofuncionalismo—, se ha injertado desde 1996. Como nuevo método depurado en España, ha dado lugar a una manera de hacer política y a una elite política que ha conseguido cierto bienestar material para la población, pero que ha tenido como principal consecuencia negativa la emergencia clara de la desigualdad regional en nuestro país. El resultado es un detrimento de la comunicación en el sistema de organización autonómico en favor de la competitividad interregional, fomentada desde las mismas Instituciones territoriales, en función de su color político en connivencia o desacuerdo para la negociación con el Gobierno centralizado en Madrid. Cuanto menos nos demos cuenta del núcleo de ideas funcionales más notablemente se cumple su propósito de conseguir importantes metas en un sentido político y, fundamentalmente, en el ámbito económico.
Un solo hombre, un gobernante, es incapaz de hacer prospección de futuro. Tampoco la empresa autónoma lo consigue; sólo la sociedad mercantil bien asesorada tiene información de mercado suficiente para intuir el futuro del tejido económico de España.
Incluso los más acérrimos defensores del capitalismo reconocen que uno de sus límites se ha situado en la imposibilidad de contener los flujos migratorios que tienen como consecuencia, por una parte, un trasvase constante de personas dispuestas a encontrar un modo de vida mejor —lo cual provoca en el capitalismo una gran precarización en todos los órdenes— y, por otra, que los países receptores se vean desbordados por no tener las condiciones adecuadas para la recepción digna de la población inmigrante. Pero, sobre todo, el grave deterioro del derecho a la vida y la libertad de las personas. Esta situación ha suscitado su replanteamiento en términos de una suavización de estos efectos que revierta en la propia sostenibilidad del sistema, pues, de lo contrario, este estado de cosas no podrá seguir manteniéndose por mucho más tiempo si se siguen utilizando métodos represivos que hieren toda sensibilidad humana.
El sistema funcionalista por sí mismo no es bueno ni malo, son los efectos derivados de su aplicación sin humanidad los que traen consecuencias perjudiciales en la organización de la vida social. Esta máquina funcional aún no ha conseguido todas sus metas. Así, la palabra clara, la manifestación colectiva pacífica y tranquila, la desviación social en su aspecto de novedosas aportaciones culturales, en definitiva, todo lo que no signifique uniformidad, pone en un sano peligro al sistema.
Pero más que en todos los instrumentos señalados, el verdadero poder de la ciudadanía reside en la participación democrática, en la manifestación alta y clara de su constante opinión pública sobre el estado de cosas internacional y nacional.
Siendo consecuente con lo escrito y como liberal humanista les agradezco la oportunidad de poder dirigirme a Uds. a través de "Red Hispania", en lo sucesivo y a través de mis artículos intentaré arrojar luz pública sobre las reglas de poder no escritas que influyen en el desarrollo legislativo y económico, así como en la implementación de las políticas territoriales.
Francisco Fernández Ochoa
es fundador y presidente del Proyecto Liberal Español, PLIE, abogado y politólogo.
Un solo hombre, un gobernante, es incapaz de hacer prospección de futuro. Tampoco la empresa autónoma lo consigue; sólo la sociedad mercantil bien asesorada tiene información de mercado suficiente para intuir el futuro del tejido económico de España.
Incluso los más acérrimos defensores del capitalismo reconocen que uno de sus límites se ha situado en la imposibilidad de contener los flujos migratorios que tienen como consecuencia, por una parte, un trasvase constante de personas dispuestas a encontrar un modo de vida mejor —lo cual provoca en el capitalismo una gran precarización en todos los órdenes— y, por otra, que los países receptores se vean desbordados por no tener las condiciones adecuadas para la recepción digna de la población inmigrante. Pero, sobre todo, el grave deterioro del derecho a la vida y la libertad de las personas. Esta situación ha suscitado su replanteamiento en términos de una suavización de estos efectos que revierta en la propia sostenibilidad del sistema, pues, de lo contrario, este estado de cosas no podrá seguir manteniéndose por mucho más tiempo si se siguen utilizando métodos represivos que hieren toda sensibilidad humana.
El sistema funcionalista por sí mismo no es bueno ni malo, son los efectos derivados de su aplicación sin humanidad los que traen consecuencias perjudiciales en la organización de la vida social. Esta máquina funcional aún no ha conseguido todas sus metas. Así, la palabra clara, la manifestación colectiva pacífica y tranquila, la desviación social en su aspecto de novedosas aportaciones culturales, en definitiva, todo lo que no signifique uniformidad, pone en un sano peligro al sistema.
Pero más que en todos los instrumentos señalados, el verdadero poder de la ciudadanía reside en la participación democrática, en la manifestación alta y clara de su constante opinión pública sobre el estado de cosas internacional y nacional.
Siendo consecuente con lo escrito y como liberal humanista les agradezco la oportunidad de poder dirigirme a Uds. a través de "Red Hispania", en lo sucesivo y a través de mis artículos intentaré arrojar luz pública sobre las reglas de poder no escritas que influyen en el desarrollo legislativo y económico, así como en la implementación de las políticas territoriales.
Francisco Fernández Ochoa
es fundador y presidente del Proyecto Liberal Español, PLIE, abogado y politólogo.
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