martes, 7 de julio de 2009
Relato de Domingo Fernández (II)
Ésta es la segunda entrega del relato de Domingo Fernández, un superviviente de la Guerra Civil española. Como dije en la primera entrega, me he limitado a transcribir el relato sin variar ni una coma. Ahí lo dejo:
“Una vez que se hicieron las listas comenzaron los fusilamientos. Generalmente, llegaba una pareja de falangistas y se llevaban a alguno que mataban en las afueras del lugar. Como medio de aterrorizar al pueblo no permitían que nadie se llevara el cadáver hasta que habían pasado unos días.
En medio de aquellas circunstancias, los curas de la zona comenzaron a decir que mis días estaban contados. Cuando yo me enteré de aquello, me encomendé a Dios y le dije: Dios mío, Tú sabes que mi vida está en Tus manos. Si Tú lo permites, me matarán y si no salvaré la vida. Que se haga Tu voluntad.
La verdad es que la circunstancia era difícil, pero yo no tenía problemas para conciliar el sueño. Si estaba tan tranquilo era porque sabía que sólo sucedería lo que Dios permitiera.
En el mes de octubre nació mi primer hijo lo que vino a complicar aún más las cosas. Primero, le pusimos de nombre Samuel, que es bíblico. Segundo, nos negamos, pese a la presión del cura y de los vecinos, a llevarlo a bautizar. Para mí echar sobre el niño unas gotas de agua no era el bautismo que enseña la Biblia porque en ésta se enseña que la persona debe creer en el Evangelio y convertirse antes de bautizarse. El mismo Jesús se bautizó con treinta años. Pero a pesar de mi convicción fue un período muy difícil porque el sacerdote vino a casa de mi padre y le dijo que o me obligaba a bautizar a mi hijo o me tenía que echar de casa. Mi padre le respondió al cura que ni me podía obligar ni su conciencia le permitía arrojarme de su hogar. A los pocos días surgió un nuevo problema. El director de la escuela pública de Serandinas se había unido a los sublevados y se había convertido en el hombre de confianza de un teniente coronel que se llamaba Teijeiro. Pasando por Serandinas comenzó a hacer averiguaciones sobre mí y se enteró de que todavía no me habían matado, con que se fue a ver a mi tío y le dijo que a la vuelta de unos días o le llevaba a verme o que se atuviera a las consecuencias. Cuando mi tío nos contó aquello a mí no se me ocurrió otra cosa que volver a confiar en Dios porque el maestro en cuestión era un joven fanático y lleno de soberbia. Al final, lo cierto es que no apareció cuando había dicho que lo haría.”
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