Relato extraido de www.memoriahistorica.com
"Ahora que está tan de moda la mal llamada 'Ley de Recuperación de la Memoria Histórica', fruto de una mente hipócrita, rencorosa y revanchista, convendrá hacer un esfuerzo para desenterrar lo que ya creíamos olvidado cuando al final de la década de los 70 los "progres-regres" de diseño nos convencieron de que olvidáramos los odios generados durante la Cruzada de Liberación 36-39 y tratásemos de vivir juntos en el futuro sin discordias. Tanto nos machacaron con sus cantos de sirena y cantinelas, que el propio sistema gobernante desde 1939 se hizo el harakiri político dando vía libre a los partidos políticos de nefasto recuerdo como si la amarga experiencia de tres años de lucha armada no hubieran servido para nada.
Y para contribuir a desenterrar estos recuerdos que ahora se nos niegan a los familiares de mártires del terror marxista a fin de contrarrestar el trabajo de la izquierda más rencorosa, mal perdedora y embustera que no olvidará nunca su derrota militar del 39 por mucho que tergiverse la historia, es por lo que decidí escribir estas líneas a petición de amigos y gente que, como yo, no está de acuerdo con este gran engaño colectivo que ahora nos quieren endosar.
Ya que los hechos cronólogicos no los pude vivir, me limitaré a relatar lo oído en contadísimas ocasiones por familiares míos que sí tuvieron el triste privilegio y el horror de ser testimonios directos de aquella barbarie. Y tomaré como referente histórico, un ejemplar del semanario local ¡ARRIBA ESPAÑA! nacido en las postrimerías de la Cruzada, conmemorando en el Año de la Victoria, el tercer aniversario de la trágica muerte de once olotenses vilmente asesinados por los rojos en el campo del Triay, en Olot, el dia 31 de octubre de 1936, entre los cuales se encontraban mi abuelo, Juan Plana Moreu, y su hermano José Mª.
Mi abuelo, empresario textil en la época, tenía 42 años al iniciarse la revolución marxista en julio de 1936. Casado con Dña. Adela Rodón Pesant, de conocida familia barcelonesa, vivía en Olot por el hecho de tener allí el centro fabril. Tenían 3 hijos: Luís, quien sería mi padre, Enrique y Adelita, nacidos todos en esta ciudad de la Garrocha gerundense. Al inicio del Alzamiento del 18 de Julio de ese mismo año, permanecieron en Olot ya que, creyeron, nada habian de temer, con la esperanza de que en pocos días la situación se habría normalizado para bien, convencidos, pero, que si el Alzamiento militar del general Franco fracasaba, la vida cotidiana se vería gravemente alterada y dañada.
Como 'buenos' revolucionarios deslumbrados por la Rusia soviética, en la sesión del día 23 de octubre de 1936 y a propuesta del Dpto. de Economía, el Consejo municipal acordaba la intervención y el 'control' obrero en las fábricas de género de punto, y seguidamente confirmaba la detención por ocho días de los industriales que más tarde caerían asesinados en el campo del Triay. Mi abuelo Juan y su hermano José Mª., serían unas de esas víctimes propiciatorias. Como buenos empresarios, fieles a sus principios trataron de explicar a aquellos ignorantes energúmenos lo inútil de dichas medidas, lo que fue interpretado como negativa al 'colaboracionismo'. Por ello, además de por ser católicos y de derechas, entre los días 24, 25 y 26, ambos hermanos Plana Moreu, juntamente con otros olotenses de bien afectados por la misma orden del organismo municipal de Hacienda, fueron detenidos en sus respectivos domicilios e internados en la 'cárcel del partido' de Olot.
El día 6 habían dejado acribillado a balazos, en el "Pla de l'Hostal dels Ossos", al joven sacerdote de Santa Pau, Rv. Juan Ollé Molas; el día 16 en Argelaguer, al propietario D. José Cunill Vilaró; el dia 29 en la carretera de Viaña, cerca de Clocalou, al comerciante de S. Juan las Fonts, Miquel Coderch Coca, y el día 30, en las proximitades de la Moixina, al Rv. Juan Simón Molas. Durante estos días de pérdida de libertad, de miedo, incertidumbre, angustia y desamparo, además de los tristes augurios que imagino hubieron de presentir, mi abuelo y su hermano padecieron hambre, frío, maltratamiento y dificultades para contactar con sus familias.
Hasta que llegó el fatídico día 30 en que, "los fascistas van a desembarcar en Rosas", se dijo a raíz de un bombardeo del Crucero Canarias frente a las costas gerundenses. Hay que "liquidar", pues, a cuantos estén en la cárcel. Eran once los que se tenían preparados para el sacrificio, ya que horas antes habían sido liberados dos de ellos, los Sres. Falguera y Serrat por ser conocidos de un miembro del Comité. La ciudad aparecía a oscuras y envuelta en una noche de misterio y terror.
En la madrugada del día 31 de octubre de 1936, sin juicio previo ni posibilidad de defensa jurídica ninguna, los once presos maniatados con alambres caminaban vigilados como vulgares y peligrosos delincuentes hacia el campo del Triay, lugar escogido para el suplicio. Allá, sin oportunidad de despedirse de sus familiares -estos no habían sido avisados del inminente crimen-, solos y desesperados pensando qué sería de los suyos, pero valientes, encomendaron sus almas a Dios y cayeron bajo la descarga de fusilería de la Bestia roja al grito de ¡"Viva Cristo Rey!".
El suceso fue tan grave que al cabo de unas horas, al despertar la ciudad, la noticia se propagó envuelta con un manto de horror, espanto, terror, indignación y rabia. Los milicianos comunistas-anarquistas de Olot, perpetrando cobardes asesinatos de gente inocente e indefensa en la tranquila y segura retaguardia en lugar de estar luchando en el frente como hombres, celebraron esta "victoria" como si de un hecho bélico se tratara, enorgulleciéndose de tanta salvajada con el convencimento que su "autoridad se había afianzado" ante otros "sediciosos" potenciales opositores a sus "brillantes" decretos.
Es de suponer la reacción de desolación, estupor, impotencia y rabia de mi abuela Adela y de su cuñada, Emilia Torras, esposa de José Mª., ante el atroz asesinato de sus respectivos esposos, y la de los familiares del resto de mártires, entre ellos dos religiosos. Los cuerpos de las desgraciadas víctimas de la matanza fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de Olot hasta la liberación de la ciudad con la llegada de las tropas nacionales.
Pero la historia no finaliza aquí. Al año siguiente, 1937, mi padre, con 17 años, recibió la orden de incorporación a filas al Ejército Rojo (en aquellos días eufemísticamente denominado "Ejército Popular"), lo que significaba luchar en el bando de quienes un año antes habían asesinado a su padre, lo último que le faltaba por soportar. Por tanto, decidido a no pasar por este trago, cruzó clandestinamente la frontera con Francia arriesgando su vida, al igual que muchos otros lo habían hecho por aquellas mismas fechas. Ya en país galo y trasladado a zona nacional, se alistó en cuanto pudo en el ejército del general Franco para entrar, dos años más tarde, victorioso y triunfante en su ciudad natal como jefe local de Falange Española Tradicionalista y de las JONS.
Las dos viudas, Adela y Emilia, a pesar de los amargos recuerdos que las acompañarían el resto de sus existencias, rehicieron a duras penas sus vidas rotas y desgarradas por el dolor de la pérdida de sus maridos de manera tan violenta, canallesca, cobarde y vil.
Hechos como los aquí narrados no pueden ni deben ser jamás olvidados ni perdonados por los descendientes de los mártires, por muy cristianos que nos consideremos, y menos cuando hoy vemos los esfuerzos de los herederos de aquellas hordas de asesinos para desenterrar unos recuerdos que, si más no, la vergüenza por lo sucedido los habría de impedir ni tan siquiera levantar cabeza para hablar de ello nunca más. Pero nuevamente, y me gustaría equivocarme, este pueblo español tan pancista y olvidadizo, hasta el punto que hoy a la juventud le cuesta creer estas barbaridades y atrocidades, está condenado a repetir su historia por desmemoriado y desagradecido hacia quien lo libró del yugo esclavizante del comunismo soviético más radical, feroz, anticlerical y perverso.
Daniel Plana Farjas"
http://antonioriverav.blogspot.com
martes, 7 de julio de 2009
La memoria silenciada
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