Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el pueblo español aún tenía sentido de la dignidad y era respetado cuando no temido en el mundo entero. Si entonces alguien hubiera predicho que los españoles aceptarían con mansedumbre la prohibición de que sus hijos estudiasen en la lengua materna, le hubieran tildado de loco. Si alguien hubiera anunciado que ese pueblo consideraría normal que en los edificios públicos de algunas regiones no ondease la bandera española, hubiera sido considerado un insensato. Si alguien hubiese vaticinado que ese pueblo, otrora indomable, se tornaría en manso rebaño al servicio de una casta parasitaria de aprovechados que vivirían espléndidamente a su costa (politiquillos de taifa y cacicato, artistas paniaguados, "sindicalistas" de subvención y demás ralea), hubiera sido catalogado como un merluzo sin seso.
El mismo pueblo que peleó durante ocho siglos para expulsar al invasor musulmán, hoy acepta con lanar sumisión la "Alianza de Civilizaciones" y la "multiculturalidad". Los descendientes de aquellos paisanos que en 1808 se enfrentaron a golpe de navaja al Ejército más poderoso de su época, hoy dormitan frente a la televisiva máquina de lavar cerebros, mientras sus hijos son adoctrinados en la estupidez alienante de Educación para la Zapatería. El pueblo que en 1936 se alzó en armas contra la sanguinaria dictadura soviética en que degeneró la nefasta Segunda República, hoy traga sin rechistar la infumable manipulación de su Historia y escupe sobre la tumba de sus héroes y mártires. Los descendientes de aquellos hidalgos que cruzaron el Océano para conquistar un Imperio, hoy sólo se mueven si sienten amenazada su cartera y, a veces, ni eso.
Cuando se contempla un panorama así y dan ganas de mandar a la mierda a esta plebe envilecida y dejar que el Diablo nos lleve a todos, siempre hay alguien que, a pesar de todo, resiste y mantiene con tozudez su parcela de dignidad: el policía que sigue cumpliendo con su deber a pesar de saber que unas leyes absurdas y unos jueces felones pondrán en la calle al delincuente que tanto trabajo costó detener; el soldado que se juega la vida en guerras ajenas y lejanas porque los políticos y generales lamelibranquios que le mandaron prefieren gastar el dinero de todos en prebendas y corruptelas en vez de equipar debidamente a nuestro Ejército; el joven que es explotado por empresarios sin escrúpulos a cambio de un sueldo de miseria y, a pesar de todo, cumple cada día con su obligación; el pequeño comerciante que ve como la inmigración ha degradado su barrio y, en vez de presentarse con una lata de gasolina en la tienda del chino que le hace una competencia desleal amparada por la ley, atiende cada día con una sonrisa a sus escasos clientes; la joven opositora que sabe que el puesto por el que opta es mucho más difícil de alcanzar por las plazas adjudicadas a dedo a los enchufados del partido político que domine en la taifa de turno, y, a pesar de todo, sigue estudiando para luchar por las escasas vacantes que dejan libre el nepotismo y la corrupción partitocrática. Gente así es la que nos hace seguir siendo un pueblo frente a la plebe alienada y vil en que nos pretenden convertir los políticos al uso. Esta es la minoría selecta que algún día hará posible que el actual conjunto de cortijos autonómicos vuelva a ser España.
El mismo pueblo que peleó durante ocho siglos para expulsar al invasor musulmán, hoy acepta con lanar sumisión la "Alianza de Civilizaciones" y la "multiculturalidad". Los descendientes de aquellos paisanos que en 1808 se enfrentaron a golpe de navaja al Ejército más poderoso de su época, hoy dormitan frente a la televisiva máquina de lavar cerebros, mientras sus hijos son adoctrinados en la estupidez alienante de Educación para la Zapatería. El pueblo que en 1936 se alzó en armas contra la sanguinaria dictadura soviética en que degeneró la nefasta Segunda República, hoy traga sin rechistar la infumable manipulación de su Historia y escupe sobre la tumba de sus héroes y mártires. Los descendientes de aquellos hidalgos que cruzaron el Océano para conquistar un Imperio, hoy sólo se mueven si sienten amenazada su cartera y, a veces, ni eso.
Cuando se contempla un panorama así y dan ganas de mandar a la mierda a esta plebe envilecida y dejar que el Diablo nos lleve a todos, siempre hay alguien que, a pesar de todo, resiste y mantiene con tozudez su parcela de dignidad: el policía que sigue cumpliendo con su deber a pesar de saber que unas leyes absurdas y unos jueces felones pondrán en la calle al delincuente que tanto trabajo costó detener; el soldado que se juega la vida en guerras ajenas y lejanas porque los políticos y generales lamelibranquios que le mandaron prefieren gastar el dinero de todos en prebendas y corruptelas en vez de equipar debidamente a nuestro Ejército; el joven que es explotado por empresarios sin escrúpulos a cambio de un sueldo de miseria y, a pesar de todo, cumple cada día con su obligación; el pequeño comerciante que ve como la inmigración ha degradado su barrio y, en vez de presentarse con una lata de gasolina en la tienda del chino que le hace una competencia desleal amparada por la ley, atiende cada día con una sonrisa a sus escasos clientes; la joven opositora que sabe que el puesto por el que opta es mucho más difícil de alcanzar por las plazas adjudicadas a dedo a los enchufados del partido político que domine en la taifa de turno, y, a pesar de todo, sigue estudiando para luchar por las escasas vacantes que dejan libre el nepotismo y la corrupción partitocrática. Gente así es la que nos hace seguir siendo un pueblo frente a la plebe alienada y vil en que nos pretenden convertir los políticos al uso. Esta es la minoría selecta que algún día hará posible que el actual conjunto de cortijos autonómicos vuelva a ser España.
Excelente artículo. Se agradece la presencia cada vez mayor en la red de los blogs del Frente Nacional, hoy por hoy la alternativa más moderna y coherente al actual estado de cosas.
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