Ya son habituales las iniciativas políticas consistentes en privilegiar a los inmigrantes en detrimento de los españoles en multitud de ámbitos: preeminencia de los niños extranjeros sobre los españoles a la hora de optar a una plaza en una guardería pública o a una beca de comedor en un colegio público (pagado con el dinero de esos mismos españoles a quienes se veda el acceso), cupo reservado para inmigrantes en las viviendas de protección oficial, menú especial para los moritos en los colegios (mientras a los niños españoles les ponen cerdo, los sarracenitos comen cordero o ternera), exención de impuestos a los comercios chinos en perjuicio de los españoles, etc...
Todos hemos podido deleitarnos con las imágenes de Esperanza Aguirre disfrazada de Mami Panchita inaugurando algún centro ecuatoriano o similar, con Ruiz Gallardón regalando edificios históricos a alguna asociación musulmana o con el Ayuntamiento de Sevilla facilitando los terrenos para la construcción de una gigantesca mezquita. Al parecer, en este corral inane antes llamado España, el tirar piedras al propio tejado es algo políticamente correcto y bien visto. La falta de escrúpulos de los políticos explica este afán por salir en la foto haciendo cualquier payasada que les produzca algún rédito electoral.
El que la derecha giliberal aplauda y fomente la inmigración tiene su lógica en el esquema decimonónico de la economía capitalista, basada en el libre mercado y cuyo único argumento para combatir la crisis radica en abaratar aún más el despido y en congelar los salarios, es decir, en precarizar el mercado laboral (si les dejaran, volverían a emplear a los niños en las minas y a la jornada de catorce horas aunque, eso sí, con un montón de derechos teóricos en su legislación). Es obvio que el actual exceso de mano de obra inmigrante favorece esta concepción económica.
Lo que se entiende menos es la complicidad de la progresía en esta maniobra. Es precisamente la izquierda, con sus nuevos dogmas como la Alianza de Civilizaciones y la multiculturalidad, la que más está fomentando el papanatismo y la falta de respuesta ante la invasión inmigrante.
Los sindicatos, convertidos en meras estructuras parasitarias del erario, son una simple burocracia paralela cuya misión, en lugar de defender los derechos de los trabajadores, consiste en utilizar a éstos como peones en las diversas campañas partidistas.
En el tabú de la inmigración, ambas corrientes están de acuerdo. Cualquiera que se atreva a poner sobre el tapete este problema es automáticamente descalificado como interlocutor y anatemizado como xenófobo o racista.
Ante la gravedad de la situación actual, es hora de romper los tabúes y proclamar a los cuatro vientos que no es que haya cuatro millones de parados. Es que sobran cuatro millones de inmigrantes. Y unos cuantos miles de aprovechados y parásitos que viven como sultanes a costa de nuestros impuestos. O como reyes.
Todos hemos podido deleitarnos con las imágenes de Esperanza Aguirre disfrazada de Mami Panchita inaugurando algún centro ecuatoriano o similar, con Ruiz Gallardón regalando edificios históricos a alguna asociación musulmana o con el Ayuntamiento de Sevilla facilitando los terrenos para la construcción de una gigantesca mezquita. Al parecer, en este corral inane antes llamado España, el tirar piedras al propio tejado es algo políticamente correcto y bien visto. La falta de escrúpulos de los políticos explica este afán por salir en la foto haciendo cualquier payasada que les produzca algún rédito electoral.
El que la derecha giliberal aplauda y fomente la inmigración tiene su lógica en el esquema decimonónico de la economía capitalista, basada en el libre mercado y cuyo único argumento para combatir la crisis radica en abaratar aún más el despido y en congelar los salarios, es decir, en precarizar el mercado laboral (si les dejaran, volverían a emplear a los niños en las minas y a la jornada de catorce horas aunque, eso sí, con un montón de derechos teóricos en su legislación). Es obvio que el actual exceso de mano de obra inmigrante favorece esta concepción económica.
Lo que se entiende menos es la complicidad de la progresía en esta maniobra. Es precisamente la izquierda, con sus nuevos dogmas como la Alianza de Civilizaciones y la multiculturalidad, la que más está fomentando el papanatismo y la falta de respuesta ante la invasión inmigrante.
Los sindicatos, convertidos en meras estructuras parasitarias del erario, son una simple burocracia paralela cuya misión, en lugar de defender los derechos de los trabajadores, consiste en utilizar a éstos como peones en las diversas campañas partidistas.
En el tabú de la inmigración, ambas corrientes están de acuerdo. Cualquiera que se atreva a poner sobre el tapete este problema es automáticamente descalificado como interlocutor y anatemizado como xenófobo o racista.
Ante la gravedad de la situación actual, es hora de romper los tabúes y proclamar a los cuatro vientos que no es que haya cuatro millones de parados. Es que sobran cuatro millones de inmigrantes. Y unos cuantos miles de aprovechados y parásitos que viven como sultanes a costa de nuestros impuestos. O como reyes.
Es duro darse cuenta de que no se atan los perros con longanizas en España, como algunos creían...
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