
Considero absolutamente condenables los métodos antidemocráticos empleados para usurpar la Presidencia del Gobierno de Honduras a Manuel Zelaya. Creo que hasta ahí la comunidad internacional de forma abrumadora está de acuerdo. Ahora bien, igualmente me parece un poco precipitada y poco ajustada a la realidad la respuesta de esa misma comunidad internacional ante el nombramiento de un nuevo Gobierno en Honduras. Me explico.
De entrada, aunque estoy convencido de que la legislación hondureña puede iniciar un proceso de destitución presidencial sin necesidad de que medien las armas, parece evidente que Zelaya estaba, como se dice popularmente, jugando con fuego. La convocatoria de una consulta popular, al más puro estilo chavista, para prolongar su mandato no contaba con el respaldo constitucional necesario. Sin embargo, contraviniendo el rechazo de los demás poderes del estado de derecho, el depuesto gobernante se empeñó en poner en marcha un proceso electoral absolutamente ilegal al que luego, desbancado y en suelo costarricense, denominó “encuesta”.
Si nos retrotraemos un poco más en el tiempo, vemos que esta “encuesta” ha sido el desencadenante de una continuada actuación política poco acorde con esa democracia que ahora pretende abanderar Zelaya y sus compinches bolivarianos. Recordemos que Manuel Zelaya es elegido para gobernar su país como candidato del Partido Liberal de Honduras (PLH). Hasta donde me alcanza el entendimiento, lo de “liberal” casa bastante mal con el socialismo hacia el que giró repentinamente este personaje. Para que lo entiendan mejor les diré que el PLH se afilia a la Internacional Liberal, a la cual pertenece Convergencia Democrática de Cataluña, por ejemplo.
Esto nos lleva a certificar el profundo rechazo popular que Manuel Zelaya venía cosechando, principalmente entre sus votantes los cuales, a todas luces, se sentían engañados. La misma aversión que parece sentir un importante número de hondureños hacia una posible vuelta del desbancado líder.
En este sentido, no estaría de más que, como advierto al principio de estas líneas, la comunidad internacional se tome un poco más en serio este asunto y consulte a los innumerables diplomáticos destacados en Honduras, cuál es la realidad del apoyo popular hacia el nuevo Gobierno instaurado tras el golpe. Porque pudiera ser que un regreso fallido de Zelaya, resultase mucho más peligroso que esta transición que va a vivir Honduras a lo largo de los próximos meses. Recordemos que, a día de hoy, no se ha producido ni una sola baja humana por causa de este incidente, de acuerdo con lo que nos vienen reportando puntualmente las agencias internacionales que operan en el país.
No podemos decir lo mismo del episodio que hace menos de un mes se vivió en Irán. Parece ser que aquí la comunidad internacional, salvando las diferencias, ha preferido guardar silencio ante la sangrienta represión contra los civiles que se han manifestado contra el pucherazo electoral. El cual, por cierto, el propio régimen iraní ha reconocido pero ha menospreciado, para gran regocijo de los que ahora, en el caso de Honduras, se rasgan las vestiduras y pretenden dar lecciones de democracia.
Con este panorama, se me antoja que esto de la “democracia” es un término que empieza a estar al vaivén de los intereses del momento. Sobre todo para aquellos políticos de comprobado pasado golpista y contrastada vocación dictatorial, a cuyo rebufo no ha dudado en situarse Manuel Zelaya, desafortunadamente para el pueblo hondureño que es el que está pagando las consecuencias.
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